sábado, 12 de enero de 2008

El gigante egoista - Oscar Wilde

Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto. Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.
-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.
Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.
-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él. Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel: Prohibida la entrada. Los transgresores serán procesados judicialmente. Era un gigante muy egoísta. Los pobres niños no tenían ahora donde jugar. Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó. Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros. Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno. Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir. Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.
-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el año
La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó. Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de las chimeneas.
-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos. Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo. -No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío.
-¡Espero que este tiempo cambiará! Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.
-Es demasiado egoísta- se dijo. Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles. Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.
-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio? Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños. Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él. -¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.
-¡Qué egoísta he sido!- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre. Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho. Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín. Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno. Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó. Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos. -Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto. Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante. -Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó. El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado. -No sabemos contestaron los niños- se ha marchado. -Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante. Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste. Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él. -¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir. Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín. -Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas.

Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores. De pronto se frotó los ojos, atónito y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso. El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:
-¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos. -¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.
-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.
-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño. Y el niño sonrió al gigante y le dijo:
-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso. Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.

La mujer de nieve

Había una vez hace mucho tiempo cuando los pollos todavía tenían dientes, dos leñadores que iban a cortar leña a un bosque que estaba al otro lado del lago. Uno de los leñadores era joven pero el otro era viejo y las canas que pintaban su cabeza te lo dejaba saber. Un día fueron a cortar leña como todas la mañanas pero cuando regresaban se desato un tormenta de nieve repentina esto le sorprendió pero les dio temor ya que el que los cruzaba de un lado a otro de el lago no estaba pero se las ingeniaron y encontraron la cabaña en donde se quedaba el que los cruzaba cuando sucedían urgencias como esta. Se acomodaron en esta cabaña como pudieron pero estaba cada vez más y más frío pero con todo y el frío pudieron dormir. En la noche el joven sintió que un frío le recorrió todo el cuerpo y despertó. Intento despertar a su amigo pero no pudo, y de inmediato vio como la puerta se abría lentamente y cuando la puerta estaba completamente abierta vio una silueta de mujer pero no era una mujer fea sino una mujer muy hermosa era blanca como la nieve y alta, muy hermosa pensó el joven leñador. La hermosa mujer camino derecho hacia el otro leñador dormido se inclino ante el, pero el señor no se movía, y la mujer le dijo algo al oído después se paro y fue directo hacia el joven y le dijo: "Te iba a hacer lo mismo que a tu amigo pero no lo haré siempre y cuando prometas no decirle nada a nadie acerca de lo que viste aquí jamás o regresare a matarte." El joven desconcertado lo prometió. La hermosa mujer dio media vuelta y se alejo, desapareció entre la nieve. El joven fue a ver que le había ocurrido a su amigo y se dio cuenta que había muerto el joven se desmorono y se quedo dormido, al otro día los empezaron a buscar y los encontraron para ya en la noche. El joven estaba muy enfermo pero aun así asistió al funeral de su amigo. Paso mucho tiempo antes de que el joven se recuperara y regresara a trabajar. En su primer día de trabajo después de aquel incidente, de regreso se encontró con una muchacha, bastante joven en el camino, el le pregunto que quien era ella, de donde venia, y a donde iba. Ella le dijo que se llamaba Oyuki, y que iba camino a Yedo, una ciudad lejana, porque en su aldea natal, sus padres habían muerto y había quedado sola en el mundo, y por eso iba a reunirse con unos familiares que vivían en aquella ciudad. El de dijo a Oyuki que esa ciudad estaba muy lejos y se notaba que ella ya había caminado mucho que la invitaba a quedarse en su casa con su familia para que descansara y después si quería se podía ir y seguir su camino. Ella acepto con la condición de que al otro día se iría, pero cuando llego a la casa se gano el afecto de la madre del joven y esta le pidió que se quedara otro día. Oyuki acepto quedarse un día más pero esto sucedió muchas veces tanto así que Oyuki termino quedándose a vivir con ellos. Después de un tiempo la madre del joven murió por una enfermedad muy grave dejando al joven huérfano pero hizo prometer a su hijo y a Oyuki que se casarían después de su entierro. Y así sucedió, después de su entierro los jóvenes se casaron y tuvieron tres hijos, dos niños y una niña, muy hermosos. Pero había algo raro en Oyuki las mujeres de el pueblo la culpaban de brujería pues todas se ponían cada vez mas viejas menos ella, ella seguía siendo una joven hermosa como cuando la conoció su esposo, y esto causo mucha envidia entre las mujeres. Una noche mientras los niños dormían, Oyuki estaba cosiendo una camisa a la luz de una vela bajo la observación fija de su esposo. De repente su esposo le dijo,
"¿Sabes Oyuki? ahora que te veo así bajo la luz de la vela me recuerdas a alguien.""¿A quien?" pregunto Oyuki
"Pues no se lo he dicho a nadie, pero ase mucho tiempo antes de que te conociera, hubo una tormenta de nieve cuando fui a cortar leña con mi compañero a el bosque, pero cuando regresamos no estaba el señor que nos cruzaba en le lago así que nos quedamos en la cabaña que esta allí. Pero en la noche... escuche unos ruidos y vi como se abría la puerta y la silueta de una dama se alcanzo a ver..." Oyuki le prestaba menor atención a su esposo pero aun así el siguió con su relato, "...yo me asuste mucho pero ella se dirigió a mi amigo, se inclino ante el y le dijo algo al oído que pude oír. Luego se dirigió a mi y me dijo que no le dijera esto a nadie o regresaría a matarme a mi también, pero supongo que solo fue un sueño y no debo recordarlo."
Oyuki tiro la camisa y furiosa le grito a su esposo, "¡Era yo!, yo fui la que mato a tu amigo, te dije muy claro que no le dijeras a NADIE ni a tu familia ni a tu esposa, pero no te matare por los niños por estos niños que tenemos solo por ellos. ¡Pero si algún día algo les falta o les hablas mal de mi o algo te juro, te juro que regresare y te matare sin consideración!" mientras Oyuki decía estas palabras su voz se fue asiendo cada vez mas débil y ella misma se desvanecía poco a poco evaporándose por el techo. Desde entonces a los niños de la mujer de nieve nunca les falto nada y siempre estaban sanos.

domingo, 6 de enero de 2008

¿Me devuelves mis manitas?

Una familia se había comprado un auto nuevo, O Km., hermoso, por donde ser mire: el tapizado, el color... todo. El padre amaba ese auto, su esfuerzo estaba ahí.
Un día salieron a pasear el Sr., la Sra. y su pequeño hijo de tan sólo 3 años. Al regresar ellos bajaron del auto y el niño se que jugando por ahí, cerca de donde estaba encontró un clavo y con la inocencia que les caracteriza, el niño empezó a rayar el auto, una gran raya, con tres o cuatro vueltas alrededor auto, cuando el padre salio y vió el daño que el niño había causado, le empezó a golpear de una forma despiadada,y al final dejño al niño amarrado a un árbol, lo amarró con un alambre,''Para que así aprendas''. y lo dejó por un gran rato ahí, ''castigado''.
Cuando se le bajó un poco el coraje, y fue a ver a su hijo, se dio cuenta de que el niño tenía las manitas muy amoratadas, por lo que decidieron llevarlo al hospital.
Después de varias horas, sale el médico y les dice: Las cosas se complicaron y tenemos que amputar las manitas... Si no lo hacemos ahorita corremos el riesgo de una gangrena en los brazos.
No podían creer lo que estaban oyendo. Era imposible creer lo que el médico les había anunciado...
Cuando el niño salió de cuidados intensivos los médicos dijeron a sus papás que ya podían entrar a verlo.
Entrando el padre a la habitación envuelto en lágrimas... el niño le dice:
Hola papi... ya aprendí la lección... no lo voy a hacer más papi... pero por favor ¿me devuelves mis manitas?
El padre salió de aquella habitación y se suicidó...
¿Por qué le damos tanta importancia a las cosas materiales al grado de lastimar a nuestros seres queridos?

¡QUÉ GRAN ESTUPIDEZ! ¿NO?

Los niños son difíciles de tratar. El gran problema es de nosotros los padres por nuestra gran torpeza e impaciencia.

Recuerda tú y yo alguna vez fuimos niños, también hicimos travesuras en alguna ocasión. Yo no sé tú, pero yo no quisiera este tipo de vida para mis hijos. Demuéstrales tu cariño, que se sientan importantes y recuerda que los niños sólo dan lo que reciben.

UNA GRAN MICRO-REFLEXIÓN: "Un día nací, un día moriré, pero... ¿estoy realmente viviendo?